Los héroes no son sólo estatuas del pasado o superhumanos del futuro. Los héroes están a nuestro alrededor, cada día. Los héroes son hombres y mujeres reales, jóvenes y viejos, ricos y pobres, que encuentran en sus corazones el amor y en sus almas el valor para dar de sí mismos, a menudo con un gran coste personal, por los más altos ideales de la humanidad. Los héroes no nacen, no se hacen, se convierten.
Simón Bolívar (1783 - 1830) es probablemente la persona más importante de la historia de Sudamérica. Como soldado, pensador y líder, influyó en la vida de millones de personas y marcó el futuro de todo un continente. En Sudamérica, Bolívar es una leyenda: plazas, ciudades, calles, aeropuertos, monedas e incluso un país (Bolivia) llevan su nombre. En Venezuela lo consideramos el padre de nuestra nación, de forma similar a como los estadounidenses piensan en George Washington.
Pero Bolívar no es sólo un personaje de los libros de historia. Fue un héroe real, un hombre cuya ambición no era el heroísmo en sí mismo, sino que se convirtió en un héroe a través de sus palabras y sus acciones al luchar por grandes ideales humanistas. En Libertador, mi buen amigo y compatriota Alberto Arvelo quiso hacer una película que no sólo fuera un testimonio de la importancia de la figura histórica de Simón Bolívar, sino que también diera una idea del hombre que hay detrás de la leyenda, y de su relevancia en nuestras vidas actuales.
La vida de Bolívar fue un viaje extraordinario. Hijo de una familia acomodada de colonos españoles, cuyos padres murieron cuando él tenía ocho años, fue criado por una mujer negra en Caracas y educado por liberales en Europa. A los 20 años se enamoró de María Teresa, que murió trágicamente de fiebre amarilla apenas un año después de su matrimonio. Sólo después de esta pérdida, Bolívar encontró su causa en el movimiento de liberación sudamericano y se convirtió, a través de la lucha y la persistencia, en el héroe que honramos hasta hoy.
Inicialmente, Alberto me pidió que me uniera al equipo de Libertador como asesor musical. Sin embargo, cuando empecé a pensar en la aproximación de Alberto a Bolívar, al drama de la vida de este hombre, las ideas y los motivos musicales se me ocurrieron de forma natural. Fue un proceso muy orgánico, y pronto estaba componiendo la banda sonora yo mismo. Elegí conscientemente basar el tema principal de Bolívar en una progresión similar a la famosa "Fanfare for the Common Man" de Aaron Copland, porque quería reflejar primero el carácter de Bolívar como hombre -un hombre común- y no inmediatamente como héroe.
Originalmente, tenía la intención de dar este tema a la flauta, pero más tarde opté por la nobleza de la trompa. La flauta la asocié entonces al motivo amoroso de Simón y María Teresa, así como (más tarde) a Manuela. La flauta, sobre todo porque está escrita aquí para un tipo especial de flauta de madera sudamericana, expresa para mí el alma del pasado, un sentimiento de añoranza, tanto por Bolívar personalmente como por las culturas étnicas tradicionales sudamericanas barridas por los españoles colonizadores.
Estos dos temas musicales se establecen desde el principio, tanto en la película como en mi Suite, con cuerdas que se elevan con contramelodías líricas y percusión con acentos marciales. Sin embargo, una partitura de película no es una ópera, y habría sido imposible reflejar en la música todos los detalles y la complejidad emocional del viaje de Bolívar. Más bien, en la película, a medida que Bolívar se vuelve más activo políticamente y se enfrenta a diferentes tipos de desafíos, era importante para mí mantener un sentido de línea musical. Se trata de un enfoque minimalista, muy sutil, que permite que las imágenes cuenten la historia mientras se sostienen acordes y se mantienen notas, normalmente en los registros más bajos, para crear tensión. Pequeñas variaciones en la armonía, el ritmo o la orquestación subrayan el desarrollo emocional.
Especialmente en las grandes escenas de batalla, que Alberto ha filmado con una potencia visual y un detalle increíbles -donde realmente sientes que estás montando a los caballos, puedes sentir físicamente las ráfagas de los cañones a tu lado-, amplificar esta experiencia de violencia con más agresividad y volumen musical sería superfluo. Una de mis primeras ideas fue crear tensión en estos momentos épicos mediante el contraste. En lugar de marcar la percusión y los metales masivos, un coro de niños transmite el aspecto expresivo de la guerra: la guerra no sólo como una matanza, sino como una lucha por la esperanza, que era la misión de Bolívar. Al observar los rostros del ejército de Bolívar, se pueden ver soldados de todo el mundo, de todas las nacionalidades y etnias que luchan juntos. Y muchos jóvenes dieron su vida por la causa de la libertad. Así que el coro de niños se hace eco del alma del pasado, de los gritos del presente y de la esperanza del futuro.
Componer esta música no sólo fue un gran reto, sino también una oportunidad increíble. En primer lugar, me dio la oportunidad de sumergirme en un nuevo aspecto de la música -la música de cine- que es su propio lenguaje, con sus propias exigencias y sutilezas, y un género por el que siento el mayor amor y respeto. En la música de cine, una sola nota puede marcar toda una escena, pero una nota equivocada también puede arruinarlo todo. Dominar el arte de transmitir una gran emoción a través de esa simplicidad es una lección importante para todo artista.
En segundo lugar, aunque Simón Bolívar está en el ADN de todos los venezolanos como yo, interactuar con el hombre, con su psicología así como con su biografía, con sus fortalezas y talentos, sus luchas y sus defectos, con compasión pero sin sentimentalismo, es un raro privilegio. La película de Alberto me ofreció la oportunidad única de renovar mi perspectiva de esta figura legendaria y, en última instancia, de intentar expresar a través de la música la inspiración que Simón Bolívar simboliza para todos nosotros: de cómo un hombre se convierte en un héroe.
Gustavo Dudamel - Julio, 2014